Me pregunto cuánto de lo que soy es debido a haber jugado al rugby.
Era joven y me topé con este deporte en el colegio. Fuimos una generación que se dejó deslumbrar por una practica deportiva que atraía por su exigencia física, pero que enganchaba por los valores que enseñaba y por la posibilidad de llevar a cabo un trabajo en equipo con tus amigos (me río yo de las “competencias múltiples” esas que se imponen ahora).
Crecimos en el barro, jugando en auténticos patatales, con camisetas que picaban, incómodas y que en lugar de “dry fit” eran absorbedores de sudor, agua y suciedad. Lo más “in” de la época eran las botas Cejudo altas y sin tener Decathlon o Amazon nos la ingeniábamos para que nos trajeran con ingenio y algunos ahorros, unas botas de algún país anglosajón. Poco rugby en la tele, quizás algún partido del 5 naciones de la época. Recuerdo los enjutos mediomelés de largas patillas y unas touches donde no se levantaban a los segundas líneas. El Adidas wallaby era el ovalado más profesional, pero pesaba el condenado como un balón medicinal los días de lluvia. Aquello nos curtió. Bastante. Salíamos colocados del olor de Radiosalil en los vestuarios. Pero jugábamos a un rugby básico de pasar y redoblar y de delanteras que empujaban en línea de 5 “hasta la cocina”. ¡Qué tiempos aquellos!
Eran principios de los 90 y el rugby estaba en pleno auge. Murrayfield o Twickenham eran los templos donde jugaban nuestros ídolos. Nosotros soñábamos con campos de rugby de hierba natural en esos viajes eternos por la geografía española donde con nuestros entrenadores aprendíamos canciones y veíamos partidos de otros tiempos en el VHS comunitario (siempre tocaba poner Rambo para motivarnos antes del encuentro). Nuestros entrenadores no eran precisamente los más atléticos, pero de la vida sabían mucho y actuaban como padres, psicólogos, profesores y hermanos mayores. Maduramos sudando la camiseta y entrenando con más buenas intenciones que técnica rugbística. Defendimos el escudo que nos representaba e hicimos amistades que todavía perduran como hermanos, aunque los sigamos llamando por sus motes (nadie se salvaba de que le apodasen con uno).
Abandoné la práctica del rugby pronto, debido a lesiones (no quise experimentar una tercera conmoción cerebral). He vuelto 30 años más tarde, atendiendo a la llamada de mis hermanos del Club. Me pidieron que me implicara, que volviera a ilusionarme con el balón ovalado. Me engañaron. De pronto me vi en el campo con un silbato y antiguas nociones de rugby que ya estaban obsoletas. Estudié, me preparé como entrenador y llevo unos 5 años aportando conocimientos a la escuela del que fue y es más que nunca mi Club. Soy feliz, me divierto. Estoy transmitiendo los mismos valores que un día aprendí de mis entrenadores. Creo que el rugby es un deporte que te enseña, sin quererlo, muchas de esas habilidades blandas (soft skills) que hoy día están tan de moda: habilidades de comunicación, trabajo en equipo, resiliencia, gestión de la incertidumbre, adaptabilidad…
Me quedo con un poco de todo lo anterior. Pero, si algo valoro por encima de todas las cosas, de lo que se enseña a los jóvenes hoy día, es a reforzar la AUTOESTIMA. Cualquier jugador de rugby tiene su papel en el campo. Su responsabilidad. Su propósito. Su razón por lo que no dejar “tirados” a sus hermanos. Eso da un plus de aprendizaje que no encuentro en otros deportes. Rugby en estado puro.
Gracias a mi Club. Por la oportunidad. Por recordarme que lo que un día me enseñaron amantes de un rugby clásico en un colegio de Sevilla tiene garantías de futuro en la sociedad actual. Sirve y, se puede aprender, con sufrimiento (no se regala nada). Ya no hay barro, ahora nos peleamos en campos de hierba artificial. Es lo que ha cambiado. Queda el rugby, sus valores, su pasión y lo mucho que nos gusta.
José Ignacio Morales Conde
Entrenador Sub-16, Veterano
Director de Planificación Estratégica y Trasnformación Digital Club Amigos del Rugby Sevilla
FOTOS: Candau Fotógrafos
Grande Nacho. Se nota que el rugby te ha hecho mejor persona con valores que hoy en día no se ven en la sociedad. Eres un gran ejemplo para mis hijos. Gracias Entrenador.
Precioso artículo.
Una verdad como un templo.
Un fuerte abrazo a la familia CAR
Bravo Nacho!!! Me he visto en cada uno de esos recuerdos, y cada mes que vuelven a mi mente me sale una sonrisa y un agradecimiento para cada uno de mis entrenadores, compañeros e incluso adversarios. Después de tanto tiempo es cuando somos capaces de reconocer esos valores que el rugby ha dejado en nosotros